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jueves, 26 de junio de 2008

El naufrago que encontró LA respuesta

Y sobrevivió un hombre de aquel desastre, un naufragio como nunca antes había existido. El barco en el navegaban se destruyó en mil pedazos, formaría parte ahora del fondo del mar, al igual que todas sus esperanzas y sueños. No le quedó nada...

Encontró unos tablones sueltos y remó durante muchos días, el abrasador astro rey, imponente en lo alto de los cielos, abrasaba su vulnerable piel...también remó durante muchas noches...el frío le atacaba a sus huesos atravesando la piel abrasada...lo único que le hacia compañía por las noches era la sabana de estrellas que se extendía por todo el cielo...y la Luna, una enorme blanca y espléndida Luna blanca...como nunca antes la había visto. Se prometió que si algún día salía de esta, escribiría sobre ella.

Sin embargo dentro de todo el tormento que sufrió el naufrago, de los días sin agua y sin comida, perdiendo el norte, había un momento del día en el que reinaba la calma, un día en el que no importaba nada, era un momento único: Cuando se contempla a lo lejos un atardecer en medio del mar, el cielo se vuelve de un naranja cálido, el mar se tiñe de rojo, como si la vida del Sol se disolviera entre las olas del horizonte...y entonces, solo entonces, aparece la gran perla brillante, que saluda al sol vagamente, pues solo se verán durante unos escasos tres minutos de las veinticuatro horas que tiene el día. Le parecía poético y a la vez triste: Dos astros poderosos, bellos cada uno a su manera, que luchaban para verse solo durante tres minutos al día... pero lo mejor es que no se rendían, como una trucha cuando esta nadando a contra corriente para salvar a su especie, la unión que tenían ambos era tan fuerte que no les importaba nada, no se preocupaban por el poco tiempo que se veían, aunque cada segundo alejado uno del otro fuera un frenético infierno, existía algo mucho más importante que todo eso: La eternidad era suya.

Llegó el día, el naufrago llegó a una isla desierta, casi sin respiración ni conciencia de si mismo, las palabras y los pensamientos que tenía era lo único que le quedaba, pero no le quedaría mucho tiempo, encontró una hoja de palmera, una aguja y empleó su último aliento para escribir con su propia sangre, símbolo de vida, los vagos pensamientos que le quedaban, y cuando acabó lo introdujo en una botella y se desplomó falleciendo así el último pasajero del fatídico naufragio de un barco llamado vida.

Años después, Adolfo y Andrés encontraron la botella y leyeron lo que contenía en su interior:


- Disfrutando de su momento de gloria, el Sol admira que la Luna, sea la que brilla como ninguna -


No entendieron sus palabras y lo tacharon de locura. Pero lo que no comprenderían jamás es que dentro de la propia locura, existe la cordura más férrea de todas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo soy el sol, al lado de la luna..(8)




que bonito!!^^

Anónimo dijo...

Durante tres meses trabajé en un barco por el Mediterráneo. Sólo hay un momento que supere al atardecer en alta mar y es el amanecer. Corta la respiración.

Me ha gustado recordarlo.

Juan Solo